Los mortales soléis aferrar vuestras débiles almas a una existencia futura, en lo que llamáis un paraíso. Vuestros sueños e ilusiones están grabados a fuego en cada letra de mi epitafio, esos cuerpos me sirven ahora eternamente, vuestra piel confecciona mis pergaminos, vuestros huesos, mi trono. Soy la inmortalidad, soy la ley, soy el caos.
Mi poder crece más allá de lo que cualquiera podáis llegar a comprender. Mi mente trabaja lejos de toda moralidad humana, libre de la prisión de promesas futuras a ninguna parte.
Temedme en vida, adoradme y servidme en la muerte, soy el devorador, el penitente, el eterno emperador.
Pues en la muerte no hallareis reposo, sino la eterna condena...